Del Libro de María Valtorta
"Nacimiento de Jesús. La Eficacia salvadora de la Maternidad de María"
Trozo del Cap. 29
...Cuando mi vista de nuevo puede resistir la luz, veo a María con su Hijo recién nacido en los brazos. Es un Niñito
rosado y regordete, que gesticula, con unas manitas del tamaño de un capullo de rosa; que menea sus piececitos, tan pequeños
que cabrían en el corazón de una rosa; que emite vagidos con su vocecita trémula, de corderito recién nacido, abriendo una
boquita que parece una menudita fresa de bosque, y mostrando una lengüecita temblorosa contra el rosado paladar; que
menea su cabecita, tan rubia que parece casi desprovista de cabellos, una cabecita redonda que su Mamá sostiene en la cavidad
de una de sus manos, mirando a su Niño, adorándolo, llorando y riendo al mismo tiempo... Y se corva para besarlo, no en la
inocente cabeza, sino en el centro del pecho, sobre ese corazoncito que palpita, que palpita por nosotros... en donde un día se
abrirá la Herida. Su Mamá se la está curando anticipadamente, con su beso inmaculado.
El buey se ha despertado por el resplandor, se levanta haciendo mucho ruido con las pezuñas, y muge. El asno vuelve la
cabeza y rebuzna. Es la luz la que los saca del sueño, pero me seduce la idea de pensar que hayan querido saludar a su Creador,
por ellos mismos y por todos los animales.
Y José, que, casi en rapto, estaba orando tan intensamente que era ajeno a cuanto le rodeaba, también torna en sí, y
por entre los dedos apretados contra el rostro ve filtrarse la extraña luz. Se descubre el rostro, levanta la cabeza, se vuelve. El
buey, que está en pie, oculta a María, pero Ella le llama: «José, ven».
José acude. Cuando ve, se detiene, como fulminado de reverencia, y está casi para caer de rodillas en ese mismo lugar;
pero María insiste:
- Ven, José - y, apoyando la mano izquierda en el heno y teniendo con la derecha estrechado contra su corazón al
Infante, se alza y se dirige hacia José, quien, por su parte, se mueve azarado por el contraste entre su deseo de ir y el temor a ser
irreverente.
Junto a la cama para el ganado los dos esposos se encuentran, y se miran llorando con beatitud.
- Ven, que ofrecemos a Jesús al Padre - dice María. José se pone de rodillas. Ella, erguida, entre dos troncos
sustentantes, alza a su Criatura en sus brazos y dice:
- Heme aquí — por Él, ¡oh Dios!, te digo esto —, heme aquí para hacer tu voluntad. Y con Él yo, María, y José, mi
esposo. He aquí a tus siervos, Señor, para hacer siempre, en todo momento y en todo lo que suceda, tu voluntad, para gloria
tuya y por amor a Ti.
Luego María se inclina hacia José y, ofreciéndole el Infante le dice:
- Toma, José.
-¿Yo? ¿A mí? ¡Oh, no! ¡No soy digno! - José se siente profundamente turbado, anonadado ante la idea de deber tocar a
Dios.
Pero María insiste sonriendo:
- Bien digno eres de ello tú, y nadie lo es más que tú, y por eso el Altísimo te ha elegido. Toma, José, tenlo mientras yo
busco su ropita.
José, rojo como una púrpura, alarga los brazos y toma ese copito de carne que grita de frío; una vez que lo tiene entre
sus brazos, no persiste en la intención de mantenerlo separado de sí por respeto, sino que lo estrecha contra su corazón
rompiendo a llorar fuertemente:
-¡Oh! ¡Señor! ¡Dios mío! - y se inclina para besar los piececitos. Los siente fríos y entonces se sienta en el suelo y lo
recoge en su regazo, y con su indumento marrón y con las manos trata de cubrirlo, calentarlo, defenderlo del cierzo de la noche.
Quisiera acercarse al fuego, pero allí se siente esa corriente de aire que entra por la puerta. Mejor quedarse donde está, o,
mejor todavía, entre los dos animales, que hacen de escudo al aire y dan calor. Y se pone entre el buey y el asno dando la
espalda a la puerta, con su cuerpo hacia el Recién Nacido para hacer de su pecho una hornacina, cuyas paredes laterales son:
una cabeza gris, con largas orejas; un hocico grande, blanco, con unos ojos húmedos buenos y un morro que exhala vapor.
María ha abierto el baulillo y ha sacado unos pañales y unas fajas, ha ido al fuego y las ha calentado. Ahora se acerca a
José y envuelve al Niño en esos paños calentitos, y con su velo le cubre la cabeza.
-¿Dónde le ponemos ahora? - pregunta.
José mira alrededor, piensa...
- Mira — dice —, corremos un poco más para acá a los dos animales y la paja, y bajamos ese heno de allí arriba y lo
ponemos a Él aquí dentro. La madera del borde le resguardará del aire, el heno será su almohada, el buey con su aliento lo
calentará un poquito. Mejor el buey. Es más paciente y tranquilo.
Y se pone manos a la obra mientras María acuna a su Niño estrechándolo contra su corazón, con su carrillo sobre la
cabecita para darle calor.
José reaviva el fuego, sin ahorrar leña, para hacer una buena hoguera, y se pone a calentar el heno, de forma que según
lo va secando, para que no se enfríe, se lo va metiendo en el pecho; luego, cuando ya tiene suficiente para un colchoncito para
el Infante, va al pesebre y lo dispone como una cunita.
- Ya está - dice - Ahora sería necesaria una manta, porque el heno pica; y además para taparlo...
- Coge mi manto - dice María.
- Vas a tener frío.
-¡Oh, no tiene importancia! La manta es demasiado áspera; el manto, sin embargo, es suave y caliente. Yo no tengo frío
en absoluto. ¡Lo importante es que Él no sufra más!.
José coge el amplio manto de suave lana azul oscura y lo dispone doblado encima de la paja, y deja un borde colgando
fuera del pesebre. El primer lecho del Salvador está preparado.
Su Madre, con dulce paso ondeante, lo lleva al pesebre, en él lo coloca, y lo tapa con la parte del manto que había
quedado fuera y con ella arropa también la cabecita desnuda, que se hunde en el heno, protegida apenas por el fino velo de
María. Queda sólo destapada la carita, del tamaño de un puño de hombre, y los dos, inclinados hacia el pesebre, lo miran con beatitud mientras duerme su primer sueño; en efecto, el calorcito de los paños y de la paja le ha calmado el llanto y le ha hecho
conciliar el sueño al dulce Jesús.
Amigas, es con este fragmento sacado de los bellisimos libros de María Valtorta
que les dejo mis más sinceros saludos y felicitaciones. Les deseo que pasen unas
Navidades serenas, llenas del gozo que solo Nuestro Senor nos puede dejar.
Para eso Èl nació, para quedarse con nosotros para siempre.
Este es el ano en el que yo personalmente estoy sufriendo mucho por ver a mis pollitos que
crecen rápidamente y que ya se asoma la hora en la que dejarán el nido, y recordando
lo que un amigo muy querido le dijo a mi mamá para una Navidad, lo digo yo para mí y para
todas y todos: "Los hijos se van, pero el Ninito Dios se queda y para siempre"
Por eso me bordé con tanto carino en estas tardes de nieblas y tinieblas mi Bebé
Santíssimo, mi Ninito Dios, mi Precioso Tesoro que se va a quedar conmigo para siempre
como Èl mismo nos lo prometió.
La cabezita la bordé rubiesita como lo describe María Valtorta en las
Divinas Revelaciones que Dios le concedió, pero cómo véis en el esquemito que os
dejo como regalito, podéis "colorarlo" como os apetezca.
Muchas gracias a todas por la amistad demostrada en este ano que ya se nos va.
Dejo este post sigilado, sin comentarios, no lo toméis a mal, pero la verdad
entro cuando puedo y no me queda tanto tiempo para dilungarme.
Les dejo muchas bendiciones, que Dios me las siga protegiendo y bendiciendo con
toda clase de cosas materiales y espirituales y que pasen bien todo junto a los vuestros.
Amén.
Quien desee leer más sobre estas páginas clicar este enlace donde encontraréis un pdf
para descargar todas las páginas del primer volumen de la Introducción y vida Oculta de
Jesús. Y con este enlace los lleva a todas las páginas e indices de los libros.
Qué lo disfruten mucho!